Tuesday, February 28, 2006

Martes gástrico

Aunque apenas es martes, ha sido una semana larguísima y la gastritis ya me jodió: son las 3 de la tarde menos diez minutos y hace treinta que estoy en casa, recostado, boca abajo, en mi cama, con dos píldoras de Ulsen de 20 mg en el estómago y el té de albahaca morada enfriándose en mi buró. No me gusta dejar la oficina, pero estas crisis gástricas me han estado jodiendo con ya demasiada frecuencia. Creo que debo aceptar que necesito ayuda o volver a convencerme de que soy indestuctible, como metafísico método para conjurar las enfermedades. ¡Juro que durante algún tiempo funcionó!

Monday, February 27, 2006

Condenado a las putas

En este momento de mi vida no conozco a una sola mujer que quiera hacer el amor conmigo, ni siquiera tener sexo. Los últimos cuatro, cinco, ¿seis? años han sido más o menos así. La situación es más o menos grave y hace algunos meses que ha comenzado a preocuparme. No soy un hombre viejo, estoy por llegar a los 30 años; me atemoriza pensar que los mejores años de mi juventud se están yendo y durante estos años he visto como mi cuerpo y mente se deterioran. Sí, cada vez olvido más trucos, pierdo más pelo y gano más peso. Tan mal la he pasado que, ahora mismo, hasta un beso me provoca una erección. No se me confunda por favor con un romántico de poca monta. No. Las pocas ocasiones en que, durante este tiempo, he llegado a besar a alguien, mi cuerpo está tan ansioso, experimenta sensaciones tan lejanas, tan añoradas, tan casi desconocidas, que se prepara rápidamente para no dejar pasar la ocasión. Nadie le dijo a mi cuerpo que con su comportamiento me hacía sentir patético, como perro de Pavlov, y que sus torrentes de sangre en determinadas zonas de mi cuerpo y en determinados momentos me hacían sentir más que como un adolescente, como conejillo de indias de no sé qué voluntad perversa.

La situación, por desgracia, tiende a agravarse, he perdido confianza. Pero tampoco se me confunda, no soy feo. Sigo creyendo todo lo contrario. A pesar de los años, de unos cuantos kilos y de unos cuantos o muchos cabellos (depende si se suman o se restan). Con altibajos, pero creo que soy atractivo. En el pasado tuve un éxito mesurado que en ocasiones me sorprendía. Aunque siempre que me fijaba un objetivo lo conseguía, siempre y cuando, claro, no me fijara objetivos irreales. Quizá justo allí radicaba mi éxito. Pero, insisto, no se confundan, debo decir, orgulloso, que casi nunca me quedé con un antojo.

Pero ahora ¿qué pasa? Incluso tipos que iban detrás de mí siempre en la carrera por las mujeres parecen tener más éxito del que yo tengo. Incluso, sin tapujos, güeyes a quienes, no sólo yo sino el respetable en general, consideraba más feos, recientemente han tenido más éxito que yo. Son buenos amigos y los aprecio, sí. Pero no pasaban de ser pobrediablos de las mujeres, olvidados del amor, mendigos de cuerpos, ánimas en eterna pena en el purgatorio del placer; indigentes, desgraciados, malvivientes, parias condenados a las putas. Un grupo de tipos simpáticos, inteligentes y algo acomplejados a cuyo mundo me acercaba, quizá, porque en el fondo me sentía igual que ellos.

Pareciera que estoy escribiendo mis memorias –aunque mi memoria cada vez falla más- , pareciera que no tengo 30 años, no por lo vivido, sino por lo poco que se ve por delante. Pero no. Que esto no sirva de testamento.

Males gástricos

El día que perdí la virginidad me levanté temprano. Era domingo pero, acostumbrado como estoy a despertarme antes de las 8 de la mañana entre semana, el domingo a las 9 a.m. ya me había bañado. Llevaba tres días sin cagar bien, pero eso lo noté más tarde. Pasé el resto del día en actividades familiares: visitando a mi abuela convalesciente, antes desayunando con otros familiares, etcétera. La noche anterior, es decir, el sábado , fui a una reunión "tranquilona" en casa de una amiga, donde, una de las invitadas -nivel 3 chelas de cara y con más o menos buena nalga-que trabaja en un hospital, nos contaba, ya medio peda, sobre la manera en que los médicos de guardia auscultan a las pacientes: "son gatísimos", dice la doctorcita esta, preguntan -y aquí utiliza un tono ñero al hablar- "flujo, ardor o comezón en su parte, doña?" Después de que la ñora en cuestión responde, nos explicaba esta vieja, los jóvenes médicos ("gatos de la UNAM, güé!), sin más aviso que un "ahi le va una molestia", proceden a meterle mano a las doñas para revisarles "su parte". Debo decir que el relato me divirtió, sobre todo el detalle de "ahi le va una molestia", como brevísimo preludio a la incómoda auscultación. En fin, que disfruté la narración. Bebí demasiado, quizá. El domingo por la noche, ya dispuesto a dormir, me acosté como a las 10 de la noche, no sin antes hacerme una chaqueta, de esas "malogradas", desperdiciadas, de las que uno se hace nomás por disciplinado que es. No estaba durmiendo bien, me despertó un fuerte dolor antes de la una de la madrugada. Tomé de todo, intenté cagar. vomité, pero el puto dolor no desapareció, al contrario se intensificó. De plano, tuve que despertar a mi jefa y pedirle, ya francamente preocupado y muy adolorido, que me auxiliara. Mi jefa llamó a un doctor amigo de la familia, quien recomendó que me llevaran a un hospital ("y no estpen chingando a esta hora", habría agragado yo) ,pues podría tratarse de la vesícula o de peritonitis. En el hospital me hicieron radiografías, me inyectaron dos veces (una en la nalga y otra intravenosa), ¡me sacaron sangre! y me pusieron suero. Horas después me mandaron a la verga, pero el dolor no terminaba de ceder. Cuando me senté en el auto sentí cómo el estómago se me subía al pecho y me hacía practicamente imposible respirar, pues aplastaba mis pulmones. Regresamos en chinga a urgencias y entonces , la doctora me dijo que tenían que "practicarme un enema" (o una palabra similar). No tenía la menor idea de qué era eso. Fue entonces cuando una enfermera delgada, morena, como de unos 40 años de edad y voz adormilada me ordenó que me recostara boca abajo. "Lo vamos a inyectar otra vez, Don" (¿Don?). Me aguanté las pinches ganas de llorar que preceden, desde que soy niño, a una inyección, y, cuando iba a levantarme, la enfermera me dijo "no, ya ni se mueva". Entonces, cuando mi nalga todavía sentía el piquete de la inyección, la mujer me dijo "ahi le va una molestia" (oh, profética doctora amiga de mi amiga!) y me metió uno, dos, dedos en el ano. Me moví en chinga, pero la perra esa me advirtió que sería más doloroso cuanto más me moviera ("flojito y cooperando", recordé todas las veces que yo había aplicado esa frase). Me acosté de costado y comenzó a meterme una puta manguerita en el recto. Me dijo otra vez, ahora un poco enojada:"relájese, está muy impactado, así va a tardar más". "Relájese usted, pendeja"(pensé responderle, pero en esa situación uno no se encuentra en posición de ponerse muy exigente. Un rato después, mientras sentía sus dedos adentro acomodando la manguera esa, pregunté"¿ya?", y me dijo, con tono burlón "uuyyy, si apenas llevamos la mitad". Ja, ja, ja ¡perra! Al rato, ya más relajado, comencé a sentir ganas de cagar y juro que estuve a punto de cagarle la mano, no sin antes advertirle "Ahi le va una molestia, pendeja", pero ya ustedes saben, soy un caballero, sobre todo cuando me tienen tomado por el culo, claro. Terminado el proceso ese corrí al baño. Cagué un chingo, y, finalmente, me sentí mejor. Estuve convalesciente un par de días. Estoy consciente de que esto que me sucedió probablemente sea motivo de escarnio pero sentí que era necesario contarles lo que me sucedió el domingo, ese día en que, caballeros, perdí la virginidad.