Thursday, December 14, 2006

"Sobrio"


Ese es mi estado. Claro, si se puede llamar así a estar bajo el efecto de antidepresivos, ansiolíticos y antisicóticos; de las pastas y no del alcohol, pues. Por lo pronto, ante la llegada del maratón "Guadalupe - Reyes", lo único que puedo hacer es citar aquella vieja canción y gritar: "oiga doctor ¡devuélvame mi depresión! (Déjeme como estaba, por favor!)"

No nos falles

Esta es una colaboración de un gran amigo. La idea era publicarla en otro lugar, pero por las fechas no se pudo. acá va su cuento:


¡NO NOS FALLES!

Facundo González Bárcenas


AMÍLCAR
Amílcar Aguilar nunca había militado en partido alguno. En cambio, su padre perteneció al Partido Comunista hasta el día en que éste se fusionó con otras pequeñas agrupaciones. El viejo profesor decía que aquella traición fue el suicidio de la izquierda mexicana. Por el recuerdo de su padre y por convicciones propias, Amílcar siempre había sufragado en favor del partido que consideraba más cercano a la izquierda. Por supuesto, nunca votó por el PRI, partido al que aborrecía y culpaba de los grandes males de la nación. Pero el nuevo siglo y sus primeras elecciones federales traían vientos de renovación. Los lentos y a veces erráticos pasos de la transición política hacían posible que por primera vez pudiera triunfar la oposición. Lamentablemente los dos principales candidatos opositores no lograron ponerse de acuerdo para formar una coalición. El corazón de Amílcar se inclinaba por el candidato izquierdista, que por tercera ocasión intentaba llegar a la presidencia. Pero la razón le marcaba el imperativo de que en esta coyuntura su voto fuera útil. No debería desperdiciarse un solo sufragio ante la posibilidad de vencer al PRI. Y según las encuestas el candidato que podía derrotar al partido de Estado no era el hijo de aquel general que su padre tanto admiró, sino el postulado por el partido de la derecha. Es por ello que Amílcar había analizado con detenimiento a este candidato, antiguo empleado de una de las empresas refresqueras más grandes del mundo. No se trataba de un panista tradicional. Era, en todo caso, un recién llegado a las filas del partido que fundó Gómez Morín. Aún más, su candidatura había sido prácticamente impuesta a la dirección del partido pionero en las “concertacesiones”. Para eso el candidato contaba con sus amigos.

No obstante su grandilocuencia y sus desmesuradas promesas de campaña, la característica fundamental de este político, pensó Amilcar, era su pragmatismo y su compromiso con el cambio. Había dado muestras de una vocación pluralista que se reflejó en la participación de conocidos personajes de izquierda, quienes mediante un malabarismo espectacular y paradójico ahora militaban en la campaña del abanderado panista. Para estos enamorados del voto útil lo importante era sacar al PRI de Los Pinos, después... ya se vería. Una vez que Amílcar lo reflexionó, coincidió con ellos. Estaba decidido, votaría por el candidato del cambio.

LA VICTORIA
Y Amílcar votó por el cambio. Pero no sólo eso. También se involucró en las actividades de la fase final de la campaña. Por ello hoy, 2 de julio de 2000, estaba celebrando la victoria en las oficinas centrales del Partido Acción Nacional. Amílcar ocupaba una silla entre eufóricos militantes y numerosos periodistas. Desde su lugar se veía perfectamente la gran pantalla en la que había seguido la competencia entre las televisoras por dar la primicia de la derrota del partido que gobernó a México durante más de setenta años. El IFE funcionó de maravilla y la ciudadanía pudo ejercer con libertad su derecho al sufragio. Después de que se dieron a conocer los resultados de las encuestas de salida vino la felicitación del presidente en turno al candidato triunfante. Al partido oficial y a su candidato no les quedó más remedio que aceptar su fracaso. También el candidato de la izquierda, que tanto había ayudado a la transición, dirigió un dramático mensaje que conmovió profundamente a Amílcar. Pero no hay motivo para la tristeza, pensó. Hoy debemos celebrar el fin del prolongado sistema de partido hegemónico. La transición a la democracia arribó al puerto de la alternancia, continuó reflexionando Amílcar. Esta es una victoria de todos. Así se consuma el largo camino abonado por quienes lucharon por la democracia, entre los que está mi padre. No es tiempo de mezquindades sino de alzar la mira en esta nueva etapa de la nación. La democracia, la justicia social y el desarrollo económico florecerán con el esfuerzo de los mexicanos. La corrupción, la ilegalidad y la impunidad podrán combatirse con decisión. Se acabarán las complicidades que tanto daño han hecho a la patria. Los indígenas por fin lograrán que sus derechos sean reconocidos. No serán tareas fáciles pero contaremos con un liderazgo eficaz, responsable y comprometido con el cambio. Por una vía que mi padre nunca imaginó se lograrán los anhelos por los que siempre luchó, concluyó Amílcar.

A pesar de la alegría y el optimismo que proporciona la victoria, Amílcar sintió el cansancio provocado por una noche dedicada a los preparativos de la jornada electoral. Con la sensación del deber cumplido se acomodó confortablemente en la silla y en medio del sopor cerró los ojos.

EL SUEÑO
Después de un día más de burocrática rutina Amílcar regresó a su casa en el vehículo que la Secretaría le había asignado. Esta vez él lo condujo, ya que el chofer se reportó enfermo. Al entrar en la sala de su nueva casa Amílcar escuchó el sonido del estéreo. Como para insinuar una irónica bienvenida, su esposa había puesto un disco en el que Pablo Milanés trata de convencernos de que al paso del tiempo nos vamos haciendo viejos y que por lo tanto las piruetas amatorias de antaño emigran al refugio de la nostalgia. Con un movimiento de fastidio, Amílcar apagó el aparato y pasó directamente al estudio. Quería estar solo. Era el cumpleaños de su padre. Se dejó caer en el sillón y, ensimismado, movió lentamente la cabeza como para negar la realidad. En voz baja repitió la frase tantas veces pronunciada: “si aún viviera...”.

Recientemente, al acercarse el cumpleaños de su viejo, los pensamientos de Amílcar regresaban una y otra vez a la figura del progenitor y a las incontables escenas de su vida de militante comunista. Recordó las noches en que los camaradas de la célula a la que su padre pertenecía se reunían en la sala de la casa y, en medio de apasionadas discusiones, pronunciaban nombres que a persistentes golpes de citas terminaron por ser familiares a la infancia de Amílcar: Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Togliatti, Thorez, el Ché. De algún lugar recóndito de la memoria emergió la delgada figura de aquel dirigente estudiantil que después de ser torturado por el ejército pinochetista fue rescatado por la solidaridad internacional, y al llegar a México vivió unos meses en el abrigo de la casa del padre de Amílcar. Aún habitaban en la memoria de Amílcar los llantos y los gritos desesperados de ese joven comunista chileno, provocados por las frecuentes pesadillas que lo atormentaban. Amílcar también recordó a las personas conocidas y a las que nunca había visto, pero que en el sepelio de su padre unieron sus voces para entonar La Internacional y despedir el féretro cubierto con la bandera de la hoz y el martillo. De todos esos recuerdos destacaba la penetrante mirada de tristeza, dolor, indignación y rebeldía que Amílcar descubrió en los ojos de su padre, detrás de unos espejuelos rotos y enmarcados por un rostro envejecido por la crecida barba, el día que fue a visitarlo a la penitenciaría de Lecumberri, donde había sido llevado por participar en las luchas sindicales del magisterio. Esa mirada se había grabado tenazmente en la conciencia de Amílcar y parecía decirle algo que no alcanzaba a comprender pero que le provocaba la incomoda sensación de sentirse observado.

No obstante las protestas de su mujer, Amílcar había persistido en la costumbre de acumular durante todo el sexenio algunos diarios al lado del sillón. Al hacer un movimiento para sumergirse en la comodidad del mueble, hizo caer la alta pila de los diarios. Ante tal desastre la reacción de Amílcar fue de indiferencia. Solamente desvió con resignación la mirada para posarla en el caos de papel. Con un movimiento mecánico tomó al azar un periódico, después otro y otro más. Así releyó algunas de las noticias de los últimos años.

El presidente viajaba y hacía referencia a sus botas de charol. Mencionó a un tal José Luis Borgues. Fue un lapsus brutus dijo con amable afán exculpatorio un ayudante del titular del Poder Ejecutivo. En contraste con su marido, la primera dama sí cumplía sus promesas y había arrojado su ramo de bodas. El concierto en el Castillo de Chapultepec, amenizado por Elton John fue un éxito, a pesar de que los inconformes de siempre se manifestaron en las afueras del Castillo. Para ello esta asociación surgida de las más auténticas entrañas de la sociedad civil y llamada con entusiasmo “Vamos México”, contó con la excepcional protección de los guardias presidenciales. Más adelante, también gozaría del oscuro financiamiento de la Lotería Nacional y de otras dependencias del gobierno federal.

Quien no cumplía sus promesas era el señor presidente, a pesar del gabinetazo diseñado por los head hunters. El secretario del Trabajo le prohibió a su hija la lectura de obras de Carlos Fuentes y García Márquez pues, como sabe todo mexicano bien nacido, son una amenaza para la decencia y la formación moral de los adolescentes. La propuesta presidencial de cobrar el IVA en medicinas, alimentos y libros fue rechazada por el Congreso. En cambio, la venta de Banamex a Citibank se pudo efectuar sin pagar impuesto alguno. El desempleo sigue incrementándose. Cerca de medio millón de mexicanos emigran cada año a los Estados Unidos. El ofrecido siete por ciento de crecimiento anual del PIB no aparece en ninguna parte, no obstante los ingresos por el alto precio del petróleo. Ante los problemas hay que rezarle a la virgen de Guadalupe, recomendó quien dirige el gobierno federal. Puso el ejemplo y cuando la gracia divina le concedió oportunidad, agachó su alta investidura para besar humildemente el anillo del Papa. “Comes y te vas”, fue la caballerosa frase que el jefe de Estado mexicano dedicó al jefe de Estado cubano. Además, ya lo declaró el representante de la diplomacia mexicana: los periodistas son unos pinches mentirosos. El término “babosadas” quedó reservado como recurso de su jefe para referirse a los insanos comentarios sobre la actuación pública de su cónyuge.

Una buena noticia, por fin renunció el Canciller. Otra buena noticia, que además explica el misterio del lapsus borguiano: es más feliz quien no lee. El presidente es feliz, sobre todo por el nieto que no se movió para salir en la ultrasónica foto y así mostrar su precoz vocación política al tener en su mano y su destino la “V” de la victoria. El mundo es complejo y no resulta fácil poner a México al día y a la vanguardia. “¿Y yo por qué?”, fue la pregunta que con profunda parsimonia filosófica hizo el más alto gobernante de la nación a una humilde gobernada que solicitaba la intervención presidencial. A quienes el sexenio sí había hecho justicia eran los hijos del elemento femenino de la “pareja presidencial”, pues en poco tiempo acumularon una respetable fortuna. Una buena madre es capaz de amenazar a los diputados que insisten en investigar los torcidos caminos de estos buenos chicos cuyo único pecado es tener oportuna vocación empresarial. En otra ocasión, haciendo gala de su sólida formación cultural incluyó en un discurso una cita de “Rabina, la Gran Tagore”, seguramente amiga de la infancia de José Luis Borgues. Es lamentable que México no haya sabido apreciar estas y otras virtudes pues se frustró la posibilidad de tener una señora presidenta, a pesar de los esfuerzos del marido para dar continuidad a la pareja presidencial.

La certera política exterior se coronaba con éxito, pues se construiría el muro de la vergüenza. El sexenio se acaba y todavía no llegan los quince minutos para terminar con el problema de Chiapas. Pero sí hubo tiempo suficiente para que el titular del gobierno federal se inmiscuyera a fondo en el proceso electoral para incidir en la elección de quien lo sucedería, lo que fue criticado por el tribunal en la materia. Como respuesta, con morriña porfiriana el presidente señaló que había ganado la presidencia de la República dos veces, en 2000 y en 2006. Total, él podía seguir diciendo cualquier tontería, al cabo ya se iba a su rancho, remodelado con recursos públicos.

Amílcar no quiso seguir leyendo sobre los resultados del cambio y de sus manos dejó caer el último periódico. Era suficiente. Sólo movió la cabeza en señal de decepción y desconsuelo y abatido cerró los ojos para reencontrarse con la penetrante mirada de su padre…

EL DESPERTAR
El estruendoso recibimiento al futuro presidente despertó a Amílcar, quien se percató del abundante sudor que bañaba su frente. El salón y sus entusiastas ocupantes desbordaban incontenible alegría. El coro del reiterado “hoy, hoy, hoy” era unánime. Pero, ciertamente, se impuso la gruesa voz de quien encarnaba el cambio. Mientras lo escuchaba, Amílcar no terminaba de reponerse del desconcierto que le causó su breve y extraña pesadilla. Sí, la gente lo pedía, era un clamor popular dirigirse esta misma noche histórica del 2 del julio de 2000 al Ángel de la Independencia y celebrar la victoria. Como para conjurar su sueño, la idea llegó de manera repentina a la atribulada mente de Amílcar. Iría al Ángel y con todas sus fuerzas gritaría “¡NO NOS FALLES!”.