“Life is what happens to you while you are busy making other plans”
John Lennon“Sé que los últimos dos años han sido muy difíciles, Géminis, pero no te preocupes, me da mucho gusto anunciarte, mi querido gemelo, que lo peor ha pasado, la presencia de Saturno en tu novena casa significó duras pruebas en tu vida, pero no te preocupes, eso no volverá a suceder sino hasta dentro de 19 años.”
Por la mañana se había levantado temprano para ir a su trabajo en el Instituto Electoral. Alfredo había estudiado Derecho, aunque nunca se había titulado. En el Instituto, el reciente ascenso de su jefe lo había llevado a él a ser jefe de departamento, lo cual le iba a permitir vivir de manera más holgada que desde que se había casado, hace casi diez años.
Alfredo no compraba el periódico a diario, pero esta mañana lo hizo, y mientras revisaba las primeras planas de todos los diarios se topó con un libro en cuya pasta estaban dibujadas algunas constelaciones. “Su horóscopo anual por Carolina Hughs.” Alfedo lo compró. Una hora y quince minutos de camino hacia su trabajo en el autobús le permitirían leer las características de su signo, las predicciones mes por mes, la manera de seducir a la persona deseada dependiendo del signo que tenga, así como también “conocer” su personalidad. Alfredo se quedó sorprendido cuando leyó “los géminis son un signo de aire, se aburren rápidamente, y con frecuencia están relacionados con trabajos como el diseño, la publicidad, asuntos editoriales, o, en algunos casos, puede ser perfectamente posible encontrar a un géminis que haya estudiado leyes. Dada la tendencia que tienen a expresarse verbalmente, los tribunales pueden ser un excelente foro para estos vanidosos del zodiaco, así como también lo podría ser la administración o contaduría, pues tienen tendencias muy fuertes al razonamiento matemático, aunque un poco más escondidas.” “¡Cuántas coincidencias,” pensó, al tiempo que comenzaba a otorgar mayor credibilidad al libro, según el cual los géminis son buenos para todo. Cuando leyó las predicciones para este año, se alegró de saber que todo iría mejor, que por fin Saturno se había alejado de su novena casa, pero también le generó temor enterarse que dentro de 19 años tendría que vérselas de nuevo con él. Y es que, era cierto, los dos últimos años habían sido difíciles. Su hermano había sido muerto de manera misteriosa, la salud de su madre diabética había empeorado y era una preocupación constante, además, lo poco que ganaba apenas le alcanzaba para vivir al día.
A la altura de Dr. Vertiz y División del Norte, cuando el camión se detuvo en una de sus habituales paradas, entró por la ventanilla un olor a atole y tamales que le recordó a Alfredo que no había desayunado, pensó en bajarse, pero la verdad es que estaba disfrutando mucho del libro y ávidamente siguió leyendo. Cuando todavía faltaba media hora de camino, leyó el párrafo que le anunciaba mejores días, pues tendría 19 años sin Saturno molestándolo.
¿Qué, 19 años? Ahora mismo tengo 36, para entonces tendré alrededor de 55 años, y mis padres... Sí, ¡mis padres! afirmó en voz alta, como si hubiera resuelto un gran enigma… seguramente será entonces cuando mueran. “Bueno, a los 55 años ya los habré disfrutado bastante. Por otra parte, si sigo fumando a este ritmo, a los 55 años comenzaré a tener problemas de salud, probablemente a eso es a lo que se refiere cuando dice que pasaré por otros dos años difíciles para entonces. También, a mis 55 años, Almita va a tener ya como 21 años, “donde me salga con una pendejada va a ver cómo le va”.
Las predicciones también le anunciaban que desde febrero de este año comenzaría un despunte en su carrera y reconocimiento de prácticamente todo aquél que lo conociera. Esta etapa laboral duraría siete años, y la autora del libro afirmaba que dicho fenómeno se daba muy pocas veces para cada signo, una vez por siglo. Sin embargo, sucede, afirmaba.
“Probablemente te vuelvas famoso, Géminis. A Los Leo les pasó hace poco,” a continuación, la autora hacía una lista de nombres de cantantes y actores de fama reciente, casi todos desconocidos para Alfredo, que habían sido beneficiados por este ciclo de bondades “en el ramo profesional.”
Esto último le emocionaba a Alfredo, siempre había sido un hombre muy trabajador, sin embargo pocas veces había tenido buenas oportunidades. Pensar en su reciente ascenso, que coincidía con la época de bondades que anunciaba el libro, lo ponían de verdad contento. No había la menor duda de que esto era solamente el comienzo, el despegue, de que podría asegurar para él y los suyos una vida mejor. Ahora sí, quizás, el coche “que tanta falta nos hace”, una tele nueva, y “en una de esas hasta solicito una tarjeta de crédito,” pensaba emocionadamente.
Después del largo trayecto hacia su oficina, finalmente se bajó del autobús. Para entonces era un hombre nuevo, ese 29 de marzo por la mañana Alfredo había cambiado. Caminaba con una sonrisa que le regalaba generosamente a todo el mundo, tenía ganas de llamar a su esposa en cuanto llegara a la oficina, como si se hubiera ganado la lotería. Pocas veces se había sentido tan contento, tan libre, tan en paz, “a ver si esta noche salimos al cine o a cenar, hace mucho que no nos divertimos.”
De pronto, un golpe seco: vértigo, frío, temblor. Había estado tan absorto en sus pensamientos, mientras caminaba las siete cuadras que separaban la parada del autobús del edificio vetusto donde estaba su oficina, que varias veces cruzó las calles sin detenerse a mirar si venían autos o no. Cuando dio el tercer paso sobre la calle Pitágoras, escuchó un ruido estremecedor, un rechinido largo, y sintió un golpe. Entonces, ya no supo de sí. Imágenes revoloteaban en su mente como abejas en un panal; pensaba en sus hijos, en su esposa, en los 19 años que faltaban, en los 7 años
por venir, en el libro, en la gente y las caras de desconocidos que lo miraban y le hacían preguntas que no podía responder.
Con el golpe, el portafolios, el periódico deportivo y el libro de Alfredo quedaron esparcidos por el lugar. Para cuando llegó la ambulancia, el burócrata ya había sido cubierto con una manta y una mujer que atiende un local cercano había encendido y colocado una veladora junto al cadáver.
Observando conmovidos la escena, una mujer y su acompañante, decidieron continuar su camino. “Pobre, ya no llegó a su casa,” dijo ella. Un par de metros más adelante, junto a la acera, se topó en el piso con el libro que había sido de Alfredo. Lo conservó porque siempre se había sentido atraída a ese tipo de lecturas, a pesar de que su madre le advertía que “eso de los signos es pecado.” Su acompañante, escéptico, con un gesto de repulsión, le dijo: “Laura, tira esa pendejada, no me digas que crees en esas cosas.”
Son las diez de la noche y Laura ya está en casa, después de una larga y pesada jornada de trabajo tuvo que regresar todavía a revisarle la tarea a su hijo de nueve años. Cansada, recuerda el incidente del atropellado Alfredo y mientras se dirige a la recámara de su hijo, grita, “hijo, fíjate bien cuando cruces la calle, hoy ví a un pobre señor...” al llegar a la recámara, se da cuenta que el niño está durmiendo, así que sus advertencias fueron inútiles. Entonces, Laura recuerda también el libro que se encontró en la calle. Abre su bolso, allí lo tiene; acostándose en el sofá, sonríe, suspira profundamente y abre el libro mientras, emocionada, piensa: “vamos a ver qué nos depara el destino...”