Thursday, December 14, 2006

"Sobrio"


Ese es mi estado. Claro, si se puede llamar así a estar bajo el efecto de antidepresivos, ansiolíticos y antisicóticos; de las pastas y no del alcohol, pues. Por lo pronto, ante la llegada del maratón "Guadalupe - Reyes", lo único que puedo hacer es citar aquella vieja canción y gritar: "oiga doctor ¡devuélvame mi depresión! (Déjeme como estaba, por favor!)"

No nos falles

Esta es una colaboración de un gran amigo. La idea era publicarla en otro lugar, pero por las fechas no se pudo. acá va su cuento:


¡NO NOS FALLES!

Facundo González Bárcenas


AMÍLCAR
Amílcar Aguilar nunca había militado en partido alguno. En cambio, su padre perteneció al Partido Comunista hasta el día en que éste se fusionó con otras pequeñas agrupaciones. El viejo profesor decía que aquella traición fue el suicidio de la izquierda mexicana. Por el recuerdo de su padre y por convicciones propias, Amílcar siempre había sufragado en favor del partido que consideraba más cercano a la izquierda. Por supuesto, nunca votó por el PRI, partido al que aborrecía y culpaba de los grandes males de la nación. Pero el nuevo siglo y sus primeras elecciones federales traían vientos de renovación. Los lentos y a veces erráticos pasos de la transición política hacían posible que por primera vez pudiera triunfar la oposición. Lamentablemente los dos principales candidatos opositores no lograron ponerse de acuerdo para formar una coalición. El corazón de Amílcar se inclinaba por el candidato izquierdista, que por tercera ocasión intentaba llegar a la presidencia. Pero la razón le marcaba el imperativo de que en esta coyuntura su voto fuera útil. No debería desperdiciarse un solo sufragio ante la posibilidad de vencer al PRI. Y según las encuestas el candidato que podía derrotar al partido de Estado no era el hijo de aquel general que su padre tanto admiró, sino el postulado por el partido de la derecha. Es por ello que Amílcar había analizado con detenimiento a este candidato, antiguo empleado de una de las empresas refresqueras más grandes del mundo. No se trataba de un panista tradicional. Era, en todo caso, un recién llegado a las filas del partido que fundó Gómez Morín. Aún más, su candidatura había sido prácticamente impuesta a la dirección del partido pionero en las “concertacesiones”. Para eso el candidato contaba con sus amigos.

No obstante su grandilocuencia y sus desmesuradas promesas de campaña, la característica fundamental de este político, pensó Amilcar, era su pragmatismo y su compromiso con el cambio. Había dado muestras de una vocación pluralista que se reflejó en la participación de conocidos personajes de izquierda, quienes mediante un malabarismo espectacular y paradójico ahora militaban en la campaña del abanderado panista. Para estos enamorados del voto útil lo importante era sacar al PRI de Los Pinos, después... ya se vería. Una vez que Amílcar lo reflexionó, coincidió con ellos. Estaba decidido, votaría por el candidato del cambio.

LA VICTORIA
Y Amílcar votó por el cambio. Pero no sólo eso. También se involucró en las actividades de la fase final de la campaña. Por ello hoy, 2 de julio de 2000, estaba celebrando la victoria en las oficinas centrales del Partido Acción Nacional. Amílcar ocupaba una silla entre eufóricos militantes y numerosos periodistas. Desde su lugar se veía perfectamente la gran pantalla en la que había seguido la competencia entre las televisoras por dar la primicia de la derrota del partido que gobernó a México durante más de setenta años. El IFE funcionó de maravilla y la ciudadanía pudo ejercer con libertad su derecho al sufragio. Después de que se dieron a conocer los resultados de las encuestas de salida vino la felicitación del presidente en turno al candidato triunfante. Al partido oficial y a su candidato no les quedó más remedio que aceptar su fracaso. También el candidato de la izquierda, que tanto había ayudado a la transición, dirigió un dramático mensaje que conmovió profundamente a Amílcar. Pero no hay motivo para la tristeza, pensó. Hoy debemos celebrar el fin del prolongado sistema de partido hegemónico. La transición a la democracia arribó al puerto de la alternancia, continuó reflexionando Amílcar. Esta es una victoria de todos. Así se consuma el largo camino abonado por quienes lucharon por la democracia, entre los que está mi padre. No es tiempo de mezquindades sino de alzar la mira en esta nueva etapa de la nación. La democracia, la justicia social y el desarrollo económico florecerán con el esfuerzo de los mexicanos. La corrupción, la ilegalidad y la impunidad podrán combatirse con decisión. Se acabarán las complicidades que tanto daño han hecho a la patria. Los indígenas por fin lograrán que sus derechos sean reconocidos. No serán tareas fáciles pero contaremos con un liderazgo eficaz, responsable y comprometido con el cambio. Por una vía que mi padre nunca imaginó se lograrán los anhelos por los que siempre luchó, concluyó Amílcar.

A pesar de la alegría y el optimismo que proporciona la victoria, Amílcar sintió el cansancio provocado por una noche dedicada a los preparativos de la jornada electoral. Con la sensación del deber cumplido se acomodó confortablemente en la silla y en medio del sopor cerró los ojos.

EL SUEÑO
Después de un día más de burocrática rutina Amílcar regresó a su casa en el vehículo que la Secretaría le había asignado. Esta vez él lo condujo, ya que el chofer se reportó enfermo. Al entrar en la sala de su nueva casa Amílcar escuchó el sonido del estéreo. Como para insinuar una irónica bienvenida, su esposa había puesto un disco en el que Pablo Milanés trata de convencernos de que al paso del tiempo nos vamos haciendo viejos y que por lo tanto las piruetas amatorias de antaño emigran al refugio de la nostalgia. Con un movimiento de fastidio, Amílcar apagó el aparato y pasó directamente al estudio. Quería estar solo. Era el cumpleaños de su padre. Se dejó caer en el sillón y, ensimismado, movió lentamente la cabeza como para negar la realidad. En voz baja repitió la frase tantas veces pronunciada: “si aún viviera...”.

Recientemente, al acercarse el cumpleaños de su viejo, los pensamientos de Amílcar regresaban una y otra vez a la figura del progenitor y a las incontables escenas de su vida de militante comunista. Recordó las noches en que los camaradas de la célula a la que su padre pertenecía se reunían en la sala de la casa y, en medio de apasionadas discusiones, pronunciaban nombres que a persistentes golpes de citas terminaron por ser familiares a la infancia de Amílcar: Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Togliatti, Thorez, el Ché. De algún lugar recóndito de la memoria emergió la delgada figura de aquel dirigente estudiantil que después de ser torturado por el ejército pinochetista fue rescatado por la solidaridad internacional, y al llegar a México vivió unos meses en el abrigo de la casa del padre de Amílcar. Aún habitaban en la memoria de Amílcar los llantos y los gritos desesperados de ese joven comunista chileno, provocados por las frecuentes pesadillas que lo atormentaban. Amílcar también recordó a las personas conocidas y a las que nunca había visto, pero que en el sepelio de su padre unieron sus voces para entonar La Internacional y despedir el féretro cubierto con la bandera de la hoz y el martillo. De todos esos recuerdos destacaba la penetrante mirada de tristeza, dolor, indignación y rebeldía que Amílcar descubrió en los ojos de su padre, detrás de unos espejuelos rotos y enmarcados por un rostro envejecido por la crecida barba, el día que fue a visitarlo a la penitenciaría de Lecumberri, donde había sido llevado por participar en las luchas sindicales del magisterio. Esa mirada se había grabado tenazmente en la conciencia de Amílcar y parecía decirle algo que no alcanzaba a comprender pero que le provocaba la incomoda sensación de sentirse observado.

No obstante las protestas de su mujer, Amílcar había persistido en la costumbre de acumular durante todo el sexenio algunos diarios al lado del sillón. Al hacer un movimiento para sumergirse en la comodidad del mueble, hizo caer la alta pila de los diarios. Ante tal desastre la reacción de Amílcar fue de indiferencia. Solamente desvió con resignación la mirada para posarla en el caos de papel. Con un movimiento mecánico tomó al azar un periódico, después otro y otro más. Así releyó algunas de las noticias de los últimos años.

El presidente viajaba y hacía referencia a sus botas de charol. Mencionó a un tal José Luis Borgues. Fue un lapsus brutus dijo con amable afán exculpatorio un ayudante del titular del Poder Ejecutivo. En contraste con su marido, la primera dama sí cumplía sus promesas y había arrojado su ramo de bodas. El concierto en el Castillo de Chapultepec, amenizado por Elton John fue un éxito, a pesar de que los inconformes de siempre se manifestaron en las afueras del Castillo. Para ello esta asociación surgida de las más auténticas entrañas de la sociedad civil y llamada con entusiasmo “Vamos México”, contó con la excepcional protección de los guardias presidenciales. Más adelante, también gozaría del oscuro financiamiento de la Lotería Nacional y de otras dependencias del gobierno federal.

Quien no cumplía sus promesas era el señor presidente, a pesar del gabinetazo diseñado por los head hunters. El secretario del Trabajo le prohibió a su hija la lectura de obras de Carlos Fuentes y García Márquez pues, como sabe todo mexicano bien nacido, son una amenaza para la decencia y la formación moral de los adolescentes. La propuesta presidencial de cobrar el IVA en medicinas, alimentos y libros fue rechazada por el Congreso. En cambio, la venta de Banamex a Citibank se pudo efectuar sin pagar impuesto alguno. El desempleo sigue incrementándose. Cerca de medio millón de mexicanos emigran cada año a los Estados Unidos. El ofrecido siete por ciento de crecimiento anual del PIB no aparece en ninguna parte, no obstante los ingresos por el alto precio del petróleo. Ante los problemas hay que rezarle a la virgen de Guadalupe, recomendó quien dirige el gobierno federal. Puso el ejemplo y cuando la gracia divina le concedió oportunidad, agachó su alta investidura para besar humildemente el anillo del Papa. “Comes y te vas”, fue la caballerosa frase que el jefe de Estado mexicano dedicó al jefe de Estado cubano. Además, ya lo declaró el representante de la diplomacia mexicana: los periodistas son unos pinches mentirosos. El término “babosadas” quedó reservado como recurso de su jefe para referirse a los insanos comentarios sobre la actuación pública de su cónyuge.

Una buena noticia, por fin renunció el Canciller. Otra buena noticia, que además explica el misterio del lapsus borguiano: es más feliz quien no lee. El presidente es feliz, sobre todo por el nieto que no se movió para salir en la ultrasónica foto y así mostrar su precoz vocación política al tener en su mano y su destino la “V” de la victoria. El mundo es complejo y no resulta fácil poner a México al día y a la vanguardia. “¿Y yo por qué?”, fue la pregunta que con profunda parsimonia filosófica hizo el más alto gobernante de la nación a una humilde gobernada que solicitaba la intervención presidencial. A quienes el sexenio sí había hecho justicia eran los hijos del elemento femenino de la “pareja presidencial”, pues en poco tiempo acumularon una respetable fortuna. Una buena madre es capaz de amenazar a los diputados que insisten en investigar los torcidos caminos de estos buenos chicos cuyo único pecado es tener oportuna vocación empresarial. En otra ocasión, haciendo gala de su sólida formación cultural incluyó en un discurso una cita de “Rabina, la Gran Tagore”, seguramente amiga de la infancia de José Luis Borgues. Es lamentable que México no haya sabido apreciar estas y otras virtudes pues se frustró la posibilidad de tener una señora presidenta, a pesar de los esfuerzos del marido para dar continuidad a la pareja presidencial.

La certera política exterior se coronaba con éxito, pues se construiría el muro de la vergüenza. El sexenio se acaba y todavía no llegan los quince minutos para terminar con el problema de Chiapas. Pero sí hubo tiempo suficiente para que el titular del gobierno federal se inmiscuyera a fondo en el proceso electoral para incidir en la elección de quien lo sucedería, lo que fue criticado por el tribunal en la materia. Como respuesta, con morriña porfiriana el presidente señaló que había ganado la presidencia de la República dos veces, en 2000 y en 2006. Total, él podía seguir diciendo cualquier tontería, al cabo ya se iba a su rancho, remodelado con recursos públicos.

Amílcar no quiso seguir leyendo sobre los resultados del cambio y de sus manos dejó caer el último periódico. Era suficiente. Sólo movió la cabeza en señal de decepción y desconsuelo y abatido cerró los ojos para reencontrarse con la penetrante mirada de su padre…

EL DESPERTAR
El estruendoso recibimiento al futuro presidente despertó a Amílcar, quien se percató del abundante sudor que bañaba su frente. El salón y sus entusiastas ocupantes desbordaban incontenible alegría. El coro del reiterado “hoy, hoy, hoy” era unánime. Pero, ciertamente, se impuso la gruesa voz de quien encarnaba el cambio. Mientras lo escuchaba, Amílcar no terminaba de reponerse del desconcierto que le causó su breve y extraña pesadilla. Sí, la gente lo pedía, era un clamor popular dirigirse esta misma noche histórica del 2 del julio de 2000 al Ángel de la Independencia y celebrar la victoria. Como para conjurar su sueño, la idea llegó de manera repentina a la atribulada mente de Amílcar. Iría al Ángel y con todas sus fuerzas gritaría “¡NO NOS FALLES!”.

Thursday, October 26, 2006

Reflexiones poselectorales


Saludos a Sísifo

Retrato de Hache


Gustavo se encontró con este retrato mío en las páginas de Milenio hace algunas semanas. El autor es Jis, quien parece estar de vuelta de su viajezoooote.

Wednesday, July 12, 2006

Adicto al sexo

Mi mano pide descanso.

Saturday, May 27, 2006

El Problema

"Si recoges a un perro hambriento y lo haces feliz, no te morderá. Ésta es la diferencia principal entre un perro y un hombre."

Hubo gente que se escandalizó porque gasté poco más de 200 dólares en incinerar el cadáver de mi perro mientras miles de personas mueren de hambre. Lo único que puedo decirles es que el problema no es que yo haya gastado “un dineral” incinerando a mi perro, el problema es que la gente se muera de hambre.

Saturday, March 11, 2006

Amarguras de un cobarde

Estoy triste porque sé que nunca volveré a ver a alguien que realmente me gusta. Parece que esto de las distancias se ha convertido en una constante en mi vida: muchas personas a quienes amo están lejos, muy lejos. Te voy a extrañar, Violeta, pero -aunque te vas mañana- no voy a llamarte, básicamente, porque estoy harto de las despedidas. No quiero seguir diciendo adiós. Que te vaya bien, flaca, fue un placer.

Thursday, March 09, 2006

Instantes

“Sólo hay una cosa en el mundo peor que estar en boca de los demás, y es no estar en boca de nadie.” Óscar Wilde


Había sido un día nublado pero caluroso, el termómetro se mantuvo arriba de 23 grados Celsius casi toda la tarde. Llevaba cuatro o cinco días sin salir a la calle y probablemente dos sin haber visitado la ducha. Pero ese día había finalmente decidido salir de mi encierro para ir a cobrar el cheque de mi liquidación, el monto era superior a lo que esperaba, pero seguramente sólo me duraría para un par de austeras semanas. Una vez en la calle, afeitado, con ropa limpia y dinero en la cartera, me resistí a volver a casa e irresponsablemente pensé en invitar a alguien unas copas, a pesar de saber que ese dinero tendría que durarme hasta que consiguiera otro trabajo. Llamé a todos mis amigos, amigas y conocidos, es decir, a no más de diez personas. La respuesta fue la misma en todos los casos: nadie disponible. Parece ser que la gente está demasiado ocupada los lunes a las siete y media de la tarde.

La última llamada que hice fue desde un teléfono público en la esquina de Patriotismo y Benjamín Franklin. Había comenzado a llover y la cabina metálica que resguarda el teléfono no impedía que las gotas me escurrieran por el cuello y murieran en mi espalda provocando una serie de estornudos pueriles. Karina contestó animada, teníamos un buen tiempo sin hablar, pero la respuesta tampoco fue lo que yo quería: “lo siento, no puedo.”

Resignado decidí caminar hacia un bar cercano; ya había salido a la calle y no pensaba volver pronto a mi encierro. Estaba oscureciendo y la lluvia se había convertido ya en una suave llovizna. Cinco cuadras más tarde, había oscurecido por completo. Al pasar junto a una cafetería, el olor me sedujo y decidí entrar. Debo confesar que me sentí incómodo. Por todo el lugar había gente que se acompañaba. No pude soportar más de tres minutos y, antes de que el mesero tomara la orden, salí de ahí como si de pronto hubiera descubierto que estaba desnudo.

Continué caminando, un poco exaltado, y peor aún, avergonzado de mi impúdica soledad. Sentía como si la gente mirara en mi frente un estigma. Aún así, me resistí a volver a casa. Decidí que todavía tenía ganas de una cerveza. Entré al primer bar que encontré: el Rexo, frecuentado mayormente por jóvenes clasemedieros. El sitio estaba medianamente lleno, pero había un lugar libre en la barra, luego de sentarme intenté encender un cigarrillo, pero mi pulso estaba traicionándome y tuve que pedir ayuda al mesero. Las risas, el rumor -similar al de un panal- de las pláticas ajenas, las parejas besándose, la gente brindando y las mujeres ignorándome dejaron de importarme luego de la sexta cerveza, lo mismo que las conversaciones detrás mío sobre lo maravilloso que es Tailandia, lo barato que es vivir en Madrid y lo feo que es eso de la guerra. Escuchar esas conversaciones sin participar siempre permite pendejear –mentalmente- a la gente sin riesgo de ser golpeado. Dos cervezas más tarde ya estaba intercambiando palabras con el tipo que atendía la barra, mientras ambos le mirábamos obscenamente el culo a una mujer de entallado pantalón negro. Decidí beber algo más que cerveza y me pedí tres cubas que desaparecieron en menos de media hora.

Cuando salí del bar apenas pasaban de las once. Caminé buscando un sitio de taxis, esperando encontrar en las calles a aquella mujer de medias negras “que además de robarme la cartera, me robara también el corazón.” Pero, al parecer, las amigas del buen Sabina no estaban por allí esa noche.

Tres cuadras más adelante encontré los taxis, pero no las mujeres, así que decidí seguir mi caminata, estaba decidido a hablar con alguna desconocida de buen corazón. Pocos metros más adelante, y ya en franca desilusión, escuché primero unos tacones, luego, una voz que decía “¿buscas compañía, papi?” Me di media vuelta y frente a mi vi a un hombre que con todo y tacones medía casi 1.80 metros de estatura.

La mesera nos miró con desconfianza y nos trató muy mal en el Vips. Ambos comimos compulsivamente. No sé cómo se llama, me dijo que Adriana. Siguió fingiendo que era una mujer, y yo fingí que le creía, a pesar de los anchos hombros, las duras facciones, grandes manos y rastros de barba en las mejillas. Me dijo que taloenaba por su cuenta, que antes había sido enfermera, y que tenía una hija. Yo, borracho, le conté que últimamente no me había ido muy bien, entonces me regaló una estampita con un dibujo y detrás una oración: “es San Judas Tadeo, para que consigas trabajo pronto.” Después de cenar le pagué por el tiempo que conversamos, como le había prometido. El muy cabrón no me hizo ningún descuento. Pensaba acompañarlo hasta la esquina donde lo encontré, pero me dijo que no y tomó un taxi.

Mujeres con delantal y botes para la leche caminaban ya por las calles cuando regresé a casa, había neblina, la llovizna era muy fría y algunos madrugadores ya estaban saliendo rumbo a sus trabajos, recién bañados, bien tapados y con paraguas. Horas antes, cuando cobré mi cheque -que a estas alturas prácticamente se había esfumado- había recordado aquella frase: “a veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.” Me puse la pijama luego de ducharme, y me fui a la cama con la esperanza de que ese instante no haya llegado todavía.

Tuesday, March 07, 2006

Géminis

“Life is what happens to you while you are busy making other plans”
John Lennon


“Sé que los últimos dos años han sido muy difíciles, Géminis, pero no te preocupes, me da mucho gusto anunciarte, mi querido gemelo, que lo peor ha pasado, la presencia de Saturno en tu novena casa significó duras pruebas en tu vida, pero no te preocupes, eso no volverá a suceder sino hasta dentro de 19 años.”

Por la mañana se había levantado temprano para ir a su trabajo en el Instituto Electoral. Alfredo había estudiado Derecho, aunque nunca se había titulado. En el Instituto, el reciente ascenso de su jefe lo había llevado a él a ser jefe de departamento, lo cual le iba a permitir vivir de manera más holgada que desde que se había casado, hace casi diez años.

Alfredo no compraba el periódico a diario, pero esta mañana lo hizo, y mientras revisaba las primeras planas de todos los diarios se topó con un libro en cuya pasta estaban dibujadas algunas constelaciones. “Su horóscopo anual por Carolina Hughs.” Alfedo lo compró. Una hora y quince minutos de camino hacia su trabajo en el autobús le permitirían leer las características de su signo, las predicciones mes por mes, la manera de seducir a la persona deseada dependiendo del signo que tenga, así como también “conocer” su personalidad. Alfredo se quedó sorprendido cuando leyó “los géminis son un signo de aire, se aburren rápidamente, y con frecuencia están relacionados con trabajos como el diseño, la publicidad, asuntos editoriales, o, en algunos casos, puede ser perfectamente posible encontrar a un géminis que haya estudiado leyes. Dada la tendencia que tienen a expresarse verbalmente, los tribunales pueden ser un excelente foro para estos vanidosos del zodiaco, así como también lo podría ser la administración o contaduría, pues tienen tendencias muy fuertes al razonamiento matemático, aunque un poco más escondidas.” “¡Cuántas coincidencias,” pensó, al tiempo que comenzaba a otorgar mayor credibilidad al libro, según el cual los géminis son buenos para todo. Cuando leyó las predicciones para este año, se alegró de saber que todo iría mejor, que por fin Saturno se había alejado de su novena casa, pero también le generó temor enterarse que dentro de 19 años tendría que vérselas de nuevo con él. Y es que, era cierto, los dos últimos años habían sido difíciles. Su hermano había sido muerto de manera misteriosa, la salud de su madre diabética había empeorado y era una preocupación constante, además, lo poco que ganaba apenas le alcanzaba para vivir al día.

A la altura de Dr. Vertiz y División del Norte, cuando el camión se detuvo en una de sus habituales paradas, entró por la ventanilla un olor a atole y tamales que le recordó a Alfredo que no había desayunado, pensó en bajarse, pero la verdad es que estaba disfrutando mucho del libro y ávidamente siguió leyendo. Cuando todavía faltaba media hora de camino, leyó el párrafo que le anunciaba mejores días, pues tendría 19 años sin Saturno molestándolo.

¿Qué, 19 años? Ahora mismo tengo 36, para entonces tendré alrededor de 55 años, y mis padres... Sí, ¡mis padres! afirmó en voz alta, como si hubiera resuelto un gran enigma… seguramente será entonces cuando mueran. “Bueno, a los 55 años ya los habré disfrutado bastante. Por otra parte, si sigo fumando a este ritmo, a los 55 años comenzaré a tener problemas de salud, probablemente a eso es a lo que se refiere cuando dice que pasaré por otros dos años difíciles para entonces. También, a mis 55 años, Almita va a tener ya como 21 años, “donde me salga con una pendejada va a ver cómo le va”.

Las predicciones también le anunciaban que desde febrero de este año comenzaría un despunte en su carrera y reconocimiento de prácticamente todo aquél que lo conociera. Esta etapa laboral duraría siete años, y la autora del libro afirmaba que dicho fenómeno se daba muy pocas veces para cada signo, una vez por siglo. Sin embargo, sucede, afirmaba.

“Probablemente te vuelvas famoso, Géminis. A Los Leo les pasó hace poco,” a continuación, la autora hacía una lista de nombres de cantantes y actores de fama reciente, casi todos desconocidos para Alfredo, que habían sido beneficiados por este ciclo de bondades “en el ramo profesional.”
Esto último le emocionaba a Alfredo, siempre había sido un hombre muy trabajador, sin embargo pocas veces había tenido buenas oportunidades. Pensar en su reciente ascenso, que coincidía con la época de bondades que anunciaba el libro, lo ponían de verdad contento. No había la menor duda de que esto era solamente el comienzo, el despegue, de que podría asegurar para él y los suyos una vida mejor. Ahora sí, quizás, el coche “que tanta falta nos hace”, una tele nueva, y “en una de esas hasta solicito una tarjeta de crédito,” pensaba emocionadamente.

Después del largo trayecto hacia su oficina, finalmente se bajó del autobús. Para entonces era un hombre nuevo, ese 29 de marzo por la mañana Alfredo había cambiado. Caminaba con una sonrisa que le regalaba generosamente a todo el mundo, tenía ganas de llamar a su esposa en cuanto llegara a la oficina, como si se hubiera ganado la lotería. Pocas veces se había sentido tan contento, tan libre, tan en paz, “a ver si esta noche salimos al cine o a cenar, hace mucho que no nos divertimos.”
De pronto, un golpe seco: vértigo, frío, temblor. Había estado tan absorto en sus pensamientos, mientras caminaba las siete cuadras que separaban la parada del autobús del edificio vetusto donde estaba su oficina, que varias veces cruzó las calles sin detenerse a mirar si venían autos o no. Cuando dio el tercer paso sobre la calle Pitágoras, escuchó un ruido estremecedor, un rechinido largo, y sintió un golpe. Entonces, ya no supo de sí. Imágenes revoloteaban en su mente como abejas en un panal; pensaba en sus hijos, en su esposa, en los 19 años que faltaban, en los 7 años por venir, en el libro, en la gente y las caras de desconocidos que lo miraban y le hacían preguntas que no podía responder.
Con el golpe, el portafolios, el periódico deportivo y el libro de Alfredo quedaron esparcidos por el lugar. Para cuando llegó la ambulancia, el burócrata ya había sido cubierto con una manta y una mujer que atiende un local cercano había encendido y colocado una veladora junto al cadáver.

Observando conmovidos la escena, una mujer y su acompañante, decidieron continuar su camino. “Pobre, ya no llegó a su casa,” dijo ella. Un par de metros más adelante, junto a la acera, se topó en el piso con el libro que había sido de Alfredo. Lo conservó porque siempre se había sentido atraída a ese tipo de lecturas, a pesar de que su madre le advertía que “eso de los signos es pecado.” Su acompañante, escéptico, con un gesto de repulsión, le dijo: “Laura, tira esa pendejada, no me digas que crees en esas cosas.”

Son las diez de la noche y Laura ya está en casa, después de una larga y pesada jornada de trabajo tuvo que regresar todavía a revisarle la tarea a su hijo de nueve años. Cansada, recuerda el incidente del atropellado Alfredo y mientras se dirige a la recámara de su hijo, grita, “hijo, fíjate bien cuando cruces la calle, hoy ví a un pobre señor...” al llegar a la recámara, se da cuenta que el niño está durmiendo, así que sus advertencias fueron inútiles. Entonces, Laura recuerda también el libro que se encontró en la calle. Abre su bolso, allí lo tiene; acostándose en el sofá, sonríe, suspira profundamente y abre el libro mientras, emocionada, piensa: “vamos a ver qué nos depara el destino...”