Saturday, March 11, 2006

Amarguras de un cobarde

Estoy triste porque sé que nunca volveré a ver a alguien que realmente me gusta. Parece que esto de las distancias se ha convertido en una constante en mi vida: muchas personas a quienes amo están lejos, muy lejos. Te voy a extrañar, Violeta, pero -aunque te vas mañana- no voy a llamarte, básicamente, porque estoy harto de las despedidas. No quiero seguir diciendo adiós. Que te vaya bien, flaca, fue un placer.

Thursday, March 09, 2006

Instantes

“Sólo hay una cosa en el mundo peor que estar en boca de los demás, y es no estar en boca de nadie.” Óscar Wilde


Había sido un día nublado pero caluroso, el termómetro se mantuvo arriba de 23 grados Celsius casi toda la tarde. Llevaba cuatro o cinco días sin salir a la calle y probablemente dos sin haber visitado la ducha. Pero ese día había finalmente decidido salir de mi encierro para ir a cobrar el cheque de mi liquidación, el monto era superior a lo que esperaba, pero seguramente sólo me duraría para un par de austeras semanas. Una vez en la calle, afeitado, con ropa limpia y dinero en la cartera, me resistí a volver a casa e irresponsablemente pensé en invitar a alguien unas copas, a pesar de saber que ese dinero tendría que durarme hasta que consiguiera otro trabajo. Llamé a todos mis amigos, amigas y conocidos, es decir, a no más de diez personas. La respuesta fue la misma en todos los casos: nadie disponible. Parece ser que la gente está demasiado ocupada los lunes a las siete y media de la tarde.

La última llamada que hice fue desde un teléfono público en la esquina de Patriotismo y Benjamín Franklin. Había comenzado a llover y la cabina metálica que resguarda el teléfono no impedía que las gotas me escurrieran por el cuello y murieran en mi espalda provocando una serie de estornudos pueriles. Karina contestó animada, teníamos un buen tiempo sin hablar, pero la respuesta tampoco fue lo que yo quería: “lo siento, no puedo.”

Resignado decidí caminar hacia un bar cercano; ya había salido a la calle y no pensaba volver pronto a mi encierro. Estaba oscureciendo y la lluvia se había convertido ya en una suave llovizna. Cinco cuadras más tarde, había oscurecido por completo. Al pasar junto a una cafetería, el olor me sedujo y decidí entrar. Debo confesar que me sentí incómodo. Por todo el lugar había gente que se acompañaba. No pude soportar más de tres minutos y, antes de que el mesero tomara la orden, salí de ahí como si de pronto hubiera descubierto que estaba desnudo.

Continué caminando, un poco exaltado, y peor aún, avergonzado de mi impúdica soledad. Sentía como si la gente mirara en mi frente un estigma. Aún así, me resistí a volver a casa. Decidí que todavía tenía ganas de una cerveza. Entré al primer bar que encontré: el Rexo, frecuentado mayormente por jóvenes clasemedieros. El sitio estaba medianamente lleno, pero había un lugar libre en la barra, luego de sentarme intenté encender un cigarrillo, pero mi pulso estaba traicionándome y tuve que pedir ayuda al mesero. Las risas, el rumor -similar al de un panal- de las pláticas ajenas, las parejas besándose, la gente brindando y las mujeres ignorándome dejaron de importarme luego de la sexta cerveza, lo mismo que las conversaciones detrás mío sobre lo maravilloso que es Tailandia, lo barato que es vivir en Madrid y lo feo que es eso de la guerra. Escuchar esas conversaciones sin participar siempre permite pendejear –mentalmente- a la gente sin riesgo de ser golpeado. Dos cervezas más tarde ya estaba intercambiando palabras con el tipo que atendía la barra, mientras ambos le mirábamos obscenamente el culo a una mujer de entallado pantalón negro. Decidí beber algo más que cerveza y me pedí tres cubas que desaparecieron en menos de media hora.

Cuando salí del bar apenas pasaban de las once. Caminé buscando un sitio de taxis, esperando encontrar en las calles a aquella mujer de medias negras “que además de robarme la cartera, me robara también el corazón.” Pero, al parecer, las amigas del buen Sabina no estaban por allí esa noche.

Tres cuadras más adelante encontré los taxis, pero no las mujeres, así que decidí seguir mi caminata, estaba decidido a hablar con alguna desconocida de buen corazón. Pocos metros más adelante, y ya en franca desilusión, escuché primero unos tacones, luego, una voz que decía “¿buscas compañía, papi?” Me di media vuelta y frente a mi vi a un hombre que con todo y tacones medía casi 1.80 metros de estatura.

La mesera nos miró con desconfianza y nos trató muy mal en el Vips. Ambos comimos compulsivamente. No sé cómo se llama, me dijo que Adriana. Siguió fingiendo que era una mujer, y yo fingí que le creía, a pesar de los anchos hombros, las duras facciones, grandes manos y rastros de barba en las mejillas. Me dijo que taloenaba por su cuenta, que antes había sido enfermera, y que tenía una hija. Yo, borracho, le conté que últimamente no me había ido muy bien, entonces me regaló una estampita con un dibujo y detrás una oración: “es San Judas Tadeo, para que consigas trabajo pronto.” Después de cenar le pagué por el tiempo que conversamos, como le había prometido. El muy cabrón no me hizo ningún descuento. Pensaba acompañarlo hasta la esquina donde lo encontré, pero me dijo que no y tomó un taxi.

Mujeres con delantal y botes para la leche caminaban ya por las calles cuando regresé a casa, había neblina, la llovizna era muy fría y algunos madrugadores ya estaban saliendo rumbo a sus trabajos, recién bañados, bien tapados y con paraguas. Horas antes, cuando cobré mi cheque -que a estas alturas prácticamente se había esfumado- había recordado aquella frase: “a veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.” Me puse la pijama luego de ducharme, y me fui a la cama con la esperanza de que ese instante no haya llegado todavía.

Tuesday, March 07, 2006

Géminis

“Life is what happens to you while you are busy making other plans”
John Lennon


“Sé que los últimos dos años han sido muy difíciles, Géminis, pero no te preocupes, me da mucho gusto anunciarte, mi querido gemelo, que lo peor ha pasado, la presencia de Saturno en tu novena casa significó duras pruebas en tu vida, pero no te preocupes, eso no volverá a suceder sino hasta dentro de 19 años.”

Por la mañana se había levantado temprano para ir a su trabajo en el Instituto Electoral. Alfredo había estudiado Derecho, aunque nunca se había titulado. En el Instituto, el reciente ascenso de su jefe lo había llevado a él a ser jefe de departamento, lo cual le iba a permitir vivir de manera más holgada que desde que se había casado, hace casi diez años.

Alfredo no compraba el periódico a diario, pero esta mañana lo hizo, y mientras revisaba las primeras planas de todos los diarios se topó con un libro en cuya pasta estaban dibujadas algunas constelaciones. “Su horóscopo anual por Carolina Hughs.” Alfedo lo compró. Una hora y quince minutos de camino hacia su trabajo en el autobús le permitirían leer las características de su signo, las predicciones mes por mes, la manera de seducir a la persona deseada dependiendo del signo que tenga, así como también “conocer” su personalidad. Alfredo se quedó sorprendido cuando leyó “los géminis son un signo de aire, se aburren rápidamente, y con frecuencia están relacionados con trabajos como el diseño, la publicidad, asuntos editoriales, o, en algunos casos, puede ser perfectamente posible encontrar a un géminis que haya estudiado leyes. Dada la tendencia que tienen a expresarse verbalmente, los tribunales pueden ser un excelente foro para estos vanidosos del zodiaco, así como también lo podría ser la administración o contaduría, pues tienen tendencias muy fuertes al razonamiento matemático, aunque un poco más escondidas.” “¡Cuántas coincidencias,” pensó, al tiempo que comenzaba a otorgar mayor credibilidad al libro, según el cual los géminis son buenos para todo. Cuando leyó las predicciones para este año, se alegró de saber que todo iría mejor, que por fin Saturno se había alejado de su novena casa, pero también le generó temor enterarse que dentro de 19 años tendría que vérselas de nuevo con él. Y es que, era cierto, los dos últimos años habían sido difíciles. Su hermano había sido muerto de manera misteriosa, la salud de su madre diabética había empeorado y era una preocupación constante, además, lo poco que ganaba apenas le alcanzaba para vivir al día.

A la altura de Dr. Vertiz y División del Norte, cuando el camión se detuvo en una de sus habituales paradas, entró por la ventanilla un olor a atole y tamales que le recordó a Alfredo que no había desayunado, pensó en bajarse, pero la verdad es que estaba disfrutando mucho del libro y ávidamente siguió leyendo. Cuando todavía faltaba media hora de camino, leyó el párrafo que le anunciaba mejores días, pues tendría 19 años sin Saturno molestándolo.

¿Qué, 19 años? Ahora mismo tengo 36, para entonces tendré alrededor de 55 años, y mis padres... Sí, ¡mis padres! afirmó en voz alta, como si hubiera resuelto un gran enigma… seguramente será entonces cuando mueran. “Bueno, a los 55 años ya los habré disfrutado bastante. Por otra parte, si sigo fumando a este ritmo, a los 55 años comenzaré a tener problemas de salud, probablemente a eso es a lo que se refiere cuando dice que pasaré por otros dos años difíciles para entonces. También, a mis 55 años, Almita va a tener ya como 21 años, “donde me salga con una pendejada va a ver cómo le va”.

Las predicciones también le anunciaban que desde febrero de este año comenzaría un despunte en su carrera y reconocimiento de prácticamente todo aquél que lo conociera. Esta etapa laboral duraría siete años, y la autora del libro afirmaba que dicho fenómeno se daba muy pocas veces para cada signo, una vez por siglo. Sin embargo, sucede, afirmaba.

“Probablemente te vuelvas famoso, Géminis. A Los Leo les pasó hace poco,” a continuación, la autora hacía una lista de nombres de cantantes y actores de fama reciente, casi todos desconocidos para Alfredo, que habían sido beneficiados por este ciclo de bondades “en el ramo profesional.”
Esto último le emocionaba a Alfredo, siempre había sido un hombre muy trabajador, sin embargo pocas veces había tenido buenas oportunidades. Pensar en su reciente ascenso, que coincidía con la época de bondades que anunciaba el libro, lo ponían de verdad contento. No había la menor duda de que esto era solamente el comienzo, el despegue, de que podría asegurar para él y los suyos una vida mejor. Ahora sí, quizás, el coche “que tanta falta nos hace”, una tele nueva, y “en una de esas hasta solicito una tarjeta de crédito,” pensaba emocionadamente.

Después del largo trayecto hacia su oficina, finalmente se bajó del autobús. Para entonces era un hombre nuevo, ese 29 de marzo por la mañana Alfredo había cambiado. Caminaba con una sonrisa que le regalaba generosamente a todo el mundo, tenía ganas de llamar a su esposa en cuanto llegara a la oficina, como si se hubiera ganado la lotería. Pocas veces se había sentido tan contento, tan libre, tan en paz, “a ver si esta noche salimos al cine o a cenar, hace mucho que no nos divertimos.”
De pronto, un golpe seco: vértigo, frío, temblor. Había estado tan absorto en sus pensamientos, mientras caminaba las siete cuadras que separaban la parada del autobús del edificio vetusto donde estaba su oficina, que varias veces cruzó las calles sin detenerse a mirar si venían autos o no. Cuando dio el tercer paso sobre la calle Pitágoras, escuchó un ruido estremecedor, un rechinido largo, y sintió un golpe. Entonces, ya no supo de sí. Imágenes revoloteaban en su mente como abejas en un panal; pensaba en sus hijos, en su esposa, en los 19 años que faltaban, en los 7 años por venir, en el libro, en la gente y las caras de desconocidos que lo miraban y le hacían preguntas que no podía responder.
Con el golpe, el portafolios, el periódico deportivo y el libro de Alfredo quedaron esparcidos por el lugar. Para cuando llegó la ambulancia, el burócrata ya había sido cubierto con una manta y una mujer que atiende un local cercano había encendido y colocado una veladora junto al cadáver.

Observando conmovidos la escena, una mujer y su acompañante, decidieron continuar su camino. “Pobre, ya no llegó a su casa,” dijo ella. Un par de metros más adelante, junto a la acera, se topó en el piso con el libro que había sido de Alfredo. Lo conservó porque siempre se había sentido atraída a ese tipo de lecturas, a pesar de que su madre le advertía que “eso de los signos es pecado.” Su acompañante, escéptico, con un gesto de repulsión, le dijo: “Laura, tira esa pendejada, no me digas que crees en esas cosas.”

Son las diez de la noche y Laura ya está en casa, después de una larga y pesada jornada de trabajo tuvo que regresar todavía a revisarle la tarea a su hijo de nueve años. Cansada, recuerda el incidente del atropellado Alfredo y mientras se dirige a la recámara de su hijo, grita, “hijo, fíjate bien cuando cruces la calle, hoy ví a un pobre señor...” al llegar a la recámara, se da cuenta que el niño está durmiendo, así que sus advertencias fueron inútiles. Entonces, Laura recuerda también el libro que se encontró en la calle. Abre su bolso, allí lo tiene; acostándose en el sofá, sonríe, suspira profundamente y abre el libro mientras, emocionada, piensa: “vamos a ver qué nos depara el destino...”

Saturday, March 04, 2006

Bajo los escombros

Como se sabe, el 19 de septiembre de 1985, poco después de las siete de la mañana, un terremoto devastó la ciudad de México. Miles murieron. La depresión, el miedo, el acongojonamiento, la histeria y la solidaridad se respiraron en los días siguientes. Nueve días después del sismo, fueron rescatados varios bebés, recién nacidos,de entre los escombros de un hospital público; sus madres, como miles más, murieron. Fue para muchos un signo de esperanza: "los bebés de la esperanza", se apresuraron a nombrarlos mediáticamente, "los bebés del milagro (...) México está en pie." ¿Cuál milagro? ¿Esperanza de qué? Eran los bebés de nadie.

José tine ahora 20 años. Está siendo entrevistado en la radio, en un programa especial que se realiza con motivo del aniversario del sismo.

Pregunta el periodista: "José, dígame, ¿ a qué se dedica ahora?"

Tímido, José tose, balbucea, y finalmente, con voz temblorosa, responde: Trabajo con el regidor de Atizapán. Él me está apoyando.

- Con quién vive?
- Solo
-Cómo que solo?
- Sí, vivía con unos tíos que me adoptaron, pero tuvimos problemas...

luego le sigo...

Friday, March 03, 2006

Pelirroja

Violeta, desnuda, de espaldas, parece un violín.
Desnuda, espalda, violín, Violeta.

Thursday, March 02, 2006

Los vampiros sólo asustan a los nerds...

He dicho.